Podría seguir días y días sin escribir, de la misma forma que podría seguir días y días sin pensar -sin pensar lo ya pensado, para entendernos. Afortunadamente, no es un impetus que habita en algún lugar dentro de mí el que me empuja a escribir o a pensar; no es la necesidad, no es un deseo irrefrenable, aunque sí un arrebato... un arrebato voluntario.
¿Por qué escribir? ¿Por qué escribo? Porque quiero, como siempre, pero hoy, gracias a Hanna Arend, añadiría lo siguiente: porque quiero comprender.
Veamos, escribo porque quiero, vale, sí, ¿pero por qué quiero?
jueves, 17 de julio de 2014
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