En la superficie de las palabras es donde se produce la comunicación, o, lo que es lo mismo, la comunicación no es posible y en realidad vivimos aislados, aunque participamos gozosamente de este simulacro, acaso porque aceptar la farsa conlleve la ermita o, como mínimo, el silencio.
No sé si antes, cuando había sabios y seguidores de sabios y asesinos de sabios, los monólogos respetuosos con los monólogos ajenos no se definían como "diálogos", pero ahora dialogar es soportar brasas ajenas y acometer con las propias, pero ¿cómo mantener el silencio y renunciar al diálogo sin ser condenado a arder públicamente, o a arder, aunque a consecuencia de la autocombustión de la propia brasa que explota su ansia de pobreza?
Aunque tanto da, las palabras se han cerrado, y no se entiende lo que uno dice ni, por supuesto, se dice lo que uno entiende.
lunes, 20 de abril de 2015
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2 comentarios:
Las palabras han cerrado el círculo vicioso del dialogo impostado... ¡siempre nos quedará la ermita del silencio monologado!
Gran disertación interior la suya, Sr. Lobo.-
La ermita del silencio monologado es lo más cerca que estaremos nunca de nosotros mismos; detrás del autorelato se esconde el gran desconocido.
Gracias, Sr. Krust
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