¿Y por qué olvido tan a menudo que ahí afuera reinan las poses de plastelina y que la partida se juega entre impostores y tahúres y cobardes y que ser bueno es ceder tu espalda para que uno tras otro claven allí sus uñas, sutilmente, una y otra vez, con el ansia oculta de eliminarte? Quizá sea el miedo o quizá hay, efectivamente, una competición y no me he enterado, o quizá es que soy yo el impostor y el tahúr y el cobarde y el que clava sus uñas, con disimulo, una y otra vez en espalda de hombre bueno.
No sé.
Lo que está claro es que siento la disonancia, y que gracias a eso recuerdo que esto que hay aquí, en mi cueva, es real, y que, como siempre, de lo que se trata es de salir al meollo y no perder la calma, a ver si eso que ya despunta no acaba convirtiéndose en unas enormes orejas de asno.
sábado, 14 de noviembre de 2015
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