Y, sin embargo, hay margen de maniobra, pequeño, sepultado entre la insondable unanimidad del desdén, oculto y esquivo. Es la evidencia del libre albedrío y la condición de posibilidad para el mitocidio o, seamos sutiles, para eliminar el poso que dejó su asesinato y que permanece incrustado como eco de todos aquellos que perdieron culto, en algún lugar de mis adentros. Y aunque la mayoría de las veces la pereza y la indiferencia se impongan, yo sé cómo llegar a ese margen. Es como entrar en la rama de un árbol a la que el viento silba. Pero dura poco. Quizá lo suficiente.
Cátelo. Lea a Diderot, por ejemplo.
domingo, 25 de septiembre de 2016
viernes, 23 de septiembre de 2016
el café de media tarde
El anhelo, y la pereza, y la indiferencia. Un deambular hacía un lugar deseado y desconocido desde el sofá de casa, a desgana. Y venga años, uno tras otro, y acumular playas sobre panellets y uvas de fin de año, y tener desesperados a unos personajes que creaste como respuesta a ese instante en que la elección perdió su veto y liberó el silencio que, es así, siempre sale derrotado. Y es que no hay quien pueda con el bullicio, con la prisa, con el anhelo de llegar a ningún sitio. Al menos yo no. De ahí la indiferencia, el dejarse llevar (por supuesto, más acá del Tao).
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