Y, sin embargo, hay margen de maniobra, pequeño, sepultado entre la insondable unanimidad del desdén, oculto y esquivo. Es la evidencia del libre albedrío y la condición de posibilidad para el mitocidio o, seamos sutiles, para eliminar el poso que dejó su asesinato y que permanece incrustado como eco de todos aquellos que perdieron culto, en algún lugar de mis adentros. Y aunque la mayoría de las veces la pereza y la indiferencia se impongan, yo sé cómo llegar a ese margen. Es como entrar en la rama de un árbol a la que el viento silba. Pero dura poco. Quizá lo suficiente.
Cátelo. Lea a Diderot, por ejemplo.
domingo, 25 de septiembre de 2016
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