No hizo falta más que alguien se asombrara ante el continuo suceder de las cosas para que nos dijera algo tan evidente que no hacía falta que dos milenios después los aparatos más asombrosos lo constataran, que la realidad es movimiento y cambio. ¿Y cómo vamos a ser capaces de aprender algo de ella si nos encorsetamos en relatos más o menos interesados que, eso es verdad, nos han traído hasta aquí? ¿Y cómo hacerlo si no liberamos a nuestra capacidad de conocer de todas las deudas que tiene contraídas?
Conocer es aventurarse cada vez más lejos de la Verdad -eso, por cierto, ¿no lo convierte en sinónimo de libertad?- y por eso mismo es sospechoso para todas las iglesias y alguna que otra academia.
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