Mis encuentros conmigo mismo se iniciaron casi por azar, cuando el viento de lo real me pilló con la ventana abierta. Fue entonces cuando acaté el imperativo délfico: "conócete a ti mismo". Hasta ese momento sólo una falsa declaración de intenciones, decorado perfecto para un buen simulacro.
Caí en esa trampa y buceé por mis adentros. Bajo el prado verde con ovejitas y mariposas y pájaros de colores y bellos cantos di, primero, con algo de miseria y ya, a partir de entonces, con miserias y miserias que habían pasado por farisaicas virtudes de un hombre de principios.
Mis encuentros conmigo mismo se acabaron casi por necesidad, cuando advertí que se me estaba girando mucho trabajo y que debía ponerme al tajo de inmediato. En realidad no quise ver más. Ya había visto bastante.
jueves, 25 de noviembre de 2010
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