Son tantos los referentes, los troncos que uno tiene para sostenerse en el océano donde estamos condenados a morir ahogados, son tantos, tan variados y tan sospechosos que uno, quizá por decencia, decida no agarrarse a ninguno. Con el agua al cuello, y todo a tu alrededor conspirando para salvarte: libros, estudios, teorías, hipótesis, evangelios, tratados, estadísticas, etc. Nuevos profetas que presentan a los mismos Dioses de siempre con la entrega (tú entrega) y la promesa de un jardín al fondo: a cambio, sólo algo de culto, poco, el mínimo para que constes en el grupo.
¿Cómo mantenerse en los límites sin echar mano de esos ardientes clavos? ¿Cómo, y por qué, sumarte a las loas de esos nuevos becerros? ¿Cómo seguir viviendo en la Fingida cotidiana sin ser inoculado por alguna de las miles respuestas fervorosas que quieren cerrar lo que por definición no puede cerrarse, ni debe cerrarse, a riesgo de que el agua donde te hundes se convierta en un gran desierto?
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