El problema de sacralizar un relato es que deja sin espacio a otros que puedan levantarse sobre los mismos hechos, que nacen siendo mentira. Pero todo relato es verdad, y cuando la disputa es entre verdades lo más sensato es callar. Pero la posesión de la verdad obliga a vociferarla, cuanto más alto mejor -¿Cómo no? ¿Cómo guárdesela para uno?- y así se va llenando el mundo de vocerío, y aquel que osa callar es, o uno de los tontos del pueblo, o un sospechoso, tanto da de qué. Pero no se le puede exigir a nadie que relativice su verdad o se la calle. Sí, sin embargo, que recuerde que la suya es una de tantas combatiendo por la hegemonía.
jueves, 30 de septiembre de 2021
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