Olvidamos, a menudo, recordar que venimos de la guerra y de los palos, y que la convivencia es un arte que se aprendre con el recuerdo, y que nuestra democracia -aquí desde donde escribo, Barcelona- tiene poco más de cuarenta años, que seguramente es muy joven si se viene de donde se viene. Además, fue hija de la coacción que ejercieron los únicos que tenían algo que perder y que cedieron, precisamente, porque se accedió a que no perdieran nada -entonces sí estaba muy presente lo que ahora conviene recordar.
Por lo tanto, paciencia, la democracia que nos regalaron los que nos la habían quitado aloja un conflicto permanente, como toda democracia, que con un movimiento apenas perceptible, la hace madurar, siempre y cuando no olvidemos recordar lo dicho ni, por supuesto, que ella es un "bien precioso con el que debe uno encantarse a sí mismo".
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