Lejos de las égidas que sortean los custodios y los exegetas de las purezas santas, y lejos también del relato que se cita tras las miles de pancartas, parece que no queda otra que entregarse al desierto.
Pero la felicidad en el desierto está sólo al alcance del beduino, y yo no soy beduino ni las dunas que se alzan aquí pueden rodearse mientras se recita una muahlaca cuyo ritmo simula el paso cansino de un camello. Las dunas que se alzan en este desierto son como olas de mar brava: las afrontas, y las cruzas o te ahogan.
jueves, 29 de septiembre de 2011
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