Acaso la conversación se quedó en el siglo que dejamos, cuando el personaje todavía no se había hecho con el dominio y uno se veía a sí mismo sin la asquerosa seriedad a la que obliga peinar canas. Acaso también la informalidad y el descaro, la brecha por la que eso que eras buscaba huir del papel que tenía asignado. Y sí, es cierto e irrefutable que lo que allí se quedó fue la juventud, pero también que no hay una época más espantosa que la juventud, y que precisamente ahora, cuando eres tú el que decides si se puede, o no, comer una naranja, por ejemplo, antes o después de la leche, ahora que podrías mandar a tomar por culo a todos los que se escandalizan al escuchar, o proferir, "caca", "pedo" o "coño", ahora cierras la boca o, peor, la tapas con una mano si se dice "caca", "pedo" o "coño", escandalizado.
Pero aún estás a tiempo. Siempre has sabido que hacerse viejo es un regalo y que la única forma de malograrlo es creerte el tinglado, sucumbir. Es ahí donde ayuda el otro con el que conversamos, pero ya no hay otro y quizá tampoco lo hubo el siglo pasado.
jueves, 24 de noviembre de 2016
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