Bajo las olas de lo obvio se encuentra la historia que quiere ser narrada. Otros prefieren no hincar ahí su lanza y escriben cosas que se saben o que ya se han dicho. No soportan el fracaso y prefieren abarrotar estantes en las librerías, cooperando con ello a la muerte de la novela. Y proliferan magos, detectives y vampiros. Y antes, y siempre, recreaciones de la Historia, una y otra vez.
Pero yo prefiero seguir ahondando por mis adentros, a narrar lo que por ahí se esconde. Por eso, sólo cuando he escrito sé qué quería decir -qué quería decirme- y por eso, también, no hay lector en el que piense cuando lo hago. Rectifico. Sí, hay un lector en el que pienso, soy yo.
sábado, 23 de mayo de 2009
viernes, 8 de mayo de 2009
principio de certidumbre
Acaso sea la ausencia o la desesperanza o, quizá, la noche. Acaso inconscientes deseos de fastos u oropeles, flashes y portadas. Vanidad. Soberbia. Acaso necesidad o libertad o, quizá, trascendencia. Acaso sea la presencia delirante del descaro y la risa. Sea lo que sea, nosotros, los que escribimos, siempre acabamos acercándonos al teclado a picar letras, una tras otra.
Construimos ríos de palabras para llenar los mares del propio fracaso.
Se trata, eso sí, de ir fracasando, cada vez, un poco mejor. Como Beckett.
Construimos ríos de palabras para llenar los mares del propio fracaso.
Se trata, eso sí, de ir fracasando, cada vez, un poco mejor. Como Beckett.
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