domingo, 30 de diciembre de 2012

érase una vez un pájaro rojo

Me asomo de nuevo, no sé si al abismo o a una simple ventana (uno ya no sabe si su pensamiento vuela o no se alzó jamás del suelo -o lo sabe perfectamente-). Vamos allá: el misterio del Universo se encuentra en un fondo inhóspito donde reina el desconcierto. Habitar ese desconcierto, vivir ese desierto, impávido y con cierta socarronería, es el destino al que uno se entrega si opta por buscar ese misterio. Impávido y socarrón, ¿cómo, si no, vivir en ese deseo sin esperanza?
¡Alto! Alguien dijo que la búsqueda solidifica tarde o temprano en un tesoro que al verse se grita "¡Aleluya!". ¿El misterio del Universo? Bah, palabras, palabras, palabras... Seguimos necesitando cuentos, como cuando éramos niños, pero ya no somos niños.

jueves, 20 de diciembre de 2012

mi reino por la pregunta

Son tantas las ansias de respuesta, tanto el deseo de encontrar sentido en los sucesos que suceden, que vivir se ha convertido en una continua sucesión de anhelos incumplidos. Sólo hay que mirar los rostros de los adultos que nos circundan, y oír el largo lamento en el que andan inmersos; hay que mirarse en el espejo sin cerrar los ojos, y oírse en silencio -queja, queja, queja. Sí, también tú eres un llorante, un suplicante de respuestas...
Habrá que comenzar por el principio, pero ni siquiera somos capaces de preguntarnos "¿Cuál era el principio?" y, mucho más grave, aún llegando a ese ¿cuál?, seríamos incapaces de mantenerlo abierto, siempre abierto, y anhelaríamos darle una respuesta. Es decir, no hay salida, o hay demasiadas salidas.

martes, 4 de diciembre de 2012

todo, absolutamente todo, es mentira

Entregarse sin nauseas a la dosis diaria de hipocresía, con la convivencia como excusa. La mentira es connatural a las relaciones humanas, lo que significa que sólo podemos salir de nosotros mismos si estamos dispuestos a mercadear con las palabras para que le digan al prójimo lo que el prójimo quiere oír o, al menos, para que jamás digan algo que ponga en riesgo el marco de nuestra relación.
Tenemos tan aprendida esta lección que hemos llegado a interiorizarla de tal modo que ni a nosotros mismos nos decimos verdad. Somos tahúres en la intemperie y, por cierto, tahúres de interior.
¿Y? Pues nada, adoremos el gran farol. No hay otro.