miércoles, 26 de enero de 2011

la leyenda de los que nos precedieron

Los fanaticos de la razón expresaron su deseo de someter nuestra animalidad al estricto control de su potencia. Así, dijeron, ese mono que bajó del árbol sería, finalmente, humano. Los instintos matan; matemos, pues, a los instintos. Casi lo consiguieron: aparecieron, por ejemplo, enfermedades que se adosaron al sexo; leyes y normas y morales que legislaron las costumbres, y, últimamente, juegos y despistes y ocios inocentes para solaz de adultos con chupete.
Siempre, sin embargo, hubieron artistas, ascetas, forajidos, filósofos y escritores que, al amparo de la oscuridad de la noche, o a plena luz del día, se mantuvieron firmes más allá de toda lógica y saludable estancia en la sala de espera de lo ya escrito, a verlas venir. Por el contrario, fueron a buscarlas, y los vieron llegar, y luego, inmediatamente, pasar, pues no estaba en su naturaleza detenerse. Dicen que les gustaba gritar, como a los peregrinos, "ultreia"(más allá), y dicen que ese grito sólo era audible para ellos.
¡¡Ultreia!!, pues.

jueves, 20 de enero de 2011

análisis sociolingüístico sin fecha de caducidad

Uno desea vérselas ya con el hombre del saco que aseguran que viene, que ya ha llegado pero que su invisibilidad y su artificioso volumen impiden verlo. Pero está ahí, aguarda bajo tu ventana la llegada del gran apagón para asaltarte, me dicen, para hincarte sus asquerosos dientes y beberse tu sangre. Hay que mirar bajo la cama, recomiendan, antes de acostarse: podría aparecer en cualquier momento y ahogarte con tu almohada. También de día te acecha, aseguran; abre bien los ojos y vigila, hazlo por ti y por tus vecinos, ellos necesitan de tu vigilancia y tú de la de ellos. Y, sobretodo, no se te ocurra poner belleza en esa rosa, o en ese cactus: él aprovecharía ese momento para rebanarte el cuello.
La gestión del miedo tras su previa inoculación, se llama el juego. También es conocido como "la gran estafa" o "el gran negocio"; en fin, un timo.

jueves, 13 de enero de 2011

el gran fracaso (con todas sus virtudes)

Todos los asaltos a la Verdad se han visto, tarde o temprano, en un callejón sin salida tras el cual reina el desconcierto. Puede uno contentarse con la última certeza, o puede lanzarse al vacío, correr riesgos, jugársela. Quizás espera la demencia; quizá la lucidez. En todo caso, espera un mar sordo por el que vagar y en el que hay que volver a escribirlo todo, otra vez, o condenarse al silencio. Porque no buscamos (no busco) la Verdad de los hombres... y nunca seremos dioses.