jueves, 25 de febrero de 2010

la melena de Dios

Para nosotros, los que escribimos, no es suficiente con asomarse al abismo. Muchos lo han hecho. Es necesario bajar y bajar y ser capaces de reírnos cuando toquemos fondo. Y que esa sea una risa que nos confirme que no había nada, o, por el contrario, que estaba todo y que ese todo era merecedor de nuestra risa.
Esta es una manera de decir que nosotros, los que escribimos, debemos abandonar los territorios ya explorados de lo obvio y cavar y cavar, como zahorís, a ver si nos topamos con nuevos manantiales que aporten algún pelo del misterio. Incluso si sabemos, o sobretodo si sabemos que el misterio es la gran mascarada con la que nos otorgamos una tarea para ponernos en movimiento.

lunes, 22 de febrero de 2010

principio de indivisibilidad

¿Cuánto hay de escritor en mí, que escribo? Busco un tanto por ciento. Sí, es absurdo participar de la maníaca cuantificación de lo real, pero aseguraban por ahí que la cifra rondará el 0,02%. Lo juro. Bien, ¿cuánto de mí corresponde al escritor? ¿Un 0,01? ¿Un 0,03? No me dirán que no es una memez. O tal vez no, tal vez sea cierto y seamos un conjunto de partes divisibles y cuantificables.
En todo caso yo, aunque sea falso, afirmo lo contrario y digo que mi yo escritor ocupa el 100% de mí, como mi yo amante o todas las otras manifestaciones y ocultaciones de eso que soy.
Amen.

domingo, 14 de febrero de 2010

imperativo categórico

Quiero contar lo que siempre se cuenta, pero como nadie antes que yo lo ha hecho. Eso hace un escritor. Cuando agarro mis bártulos (una libreta, un pilot 0.5 negro (intento espabilar a mis personajes, a ver si despiertan fuera del portátil), tabaco pueblo, filters OCB, papel corto OBC azul, algo de música) la nada de la página en blanco se pone a temblar.
Nosotros, los que escribimos, nos hemos conjurado para llenar cada uno de los huecos con los que el misterio se muestra. Mi deber como escritor (a eso me obligo) es construir la pieza que me corresponde.