domingo, 25 de octubre de 2009

primus fracasare, deinde fracasare

Buscamos el aplauso, la admiración, el comentario: la bicha que llevamos dentro se alimenta con babas de aduladores, con la aquiescencia del prójimo y del no prójimo. Se corre el riesgo de buscar sólo eso. A nuestra vanidad le basta con ofrecer algo bonito, entretenido, emocionante. Con ello obtiene su botín.
Sólo el fracaso continuado permite obrar bajo otros dictados. Cuando no hay aplausos, ni admiración, ni comentarios, la bicha se adormece y es entonces, sólo entonces, cuando puedes elegir, por ejemplo, qué clase de escritor ser y disponerte a dar el salto -trascender los reinos de lo bonito, de lo entretenido, de lo emocionante... salir del escaparate.
No estoy haciendo la historia de un lamento, sino una exégesis de mi genealogía -de cómo el fracaso me hizo llegar a un lugar que por mi mismo jamás hubiera alcanzado, un lugar que se opone a la omnipresente Fingida donde busco, con ahinco, con anhelo, con paciencia, dar nombre a eso que no tiene nombre y que exige un nombre diferente al que otros, antes y ahora, ya le han dado.

jueves, 22 de octubre de 2009

éxito

Que no vengan a decirnos que escribir es padecer, la respuesta a una llamada interior y necesaria que obliga a una especie de parto doloroso. Que no vengan con el horror vacui de la página en blanco, con el esfuerzo y el sacrificio necesarios para garabatearla. Que no vengan con milongas ni nos hablen de vocación. Todo eso forma parte de los balbuceos que exige el espectáculo, los añadidos que exige el negocio. Escritores con caras de autosuficiencia exponiendo la altura de su pensamiento y el tremendo esfuerzo que realizan para alumbrarlo. Mercado, venta, éxito... ¿Éxito? El éxito es sobrepasar la cima de tus limitaciones, ir más allá de los contornos que marcó tu naturaleza, saltar por encima de tus necesidades, enfrentarte a cada una de tus miserias. En mi caso, el éxito es escribir y, además, hacerlo cuando a nadie le interesa que lo haga.

miércoles, 14 de octubre de 2009

elogio de la soledad

Sin moral de suburbio, así ando últimamente -sin momentos en los que beber las copas de un trago.
Anoche, por ejemplo. Anoche conocí a un tipo que juró haber cenado con Tom Waits. Me dijo que, en realidad, Tom era mudo, y que esa voz con la que recitaba, falsa: un pequeño motorcillo incrustado hábilmente en su esófago por un cirujano conocido.
Para romperle la boca. No por Tom Waits -allá él si cena con gente indiscreta- sino por esa asquerosa moral de misionero que se toma el derecho de incordiar tu soledad.