lunes, 25 de marzo de 2013

conocimiento a posteriori, nimio e inverosímil

Escribir es, por ejemplo, escribirse o, mejor, descubrirse, pasado el tiempo, en el despliegue de una historia, de un relato, y de los personajes que aparecieron. Ese escribirse es casual, no buscado, inconsciente. Es la ligazón causal de los aconteceres del relato y las vicisitudes de los personajes lo que, después, nos ofrecerá una panorámica propia.
Hagan la prueba, si han escrito ustedes algo. Hagan la prueba, búsquense en sus creaciones y descubran quiénes fueron cuando las escribieron, si esa nimiedad les resulta interesante, que a mí sí.
NOTA: sólo válido para escritores sin planes previos, para los que escribir sea, como la mayoría de cosas que valen la pena, un encuentro trascendente y sagrado con los azares que nos envuelven y nos circundan y nos albergan y nos trastocan y nos conforman.

jueves, 21 de marzo de 2013

desestupidización como fundamento

"Sin futuro", esa es la sentencia inapelable a la que nos han condenado nuestros deslices con la riqueza derivada, casi unánimamente, de unos tochos que se nos dijo que siempre seguirían al alza. "Sin futuro", nos dicen y, ciertamente, tampoco hace falta que alguien nos lo diga: es evidente que cada día se van tapiando más puertas de ese porvenir mítico y mistérico. "Sólo pasado", nos dicen, pero sólo el pasado de ese pasado feliz que fue bacanal y traca final, una vuelta atrás de treinta, cuarenta años. Bien, me digo yo, que vengo de ahí. Bien, volvamos atrás, quizá podamos reconstruirnos sin la estupidez que esos años de histeria colectiva y consumo pantagruélico nos ha tatuado en los adentros de nuestro cerebro.
Porque, como dijo aquel, crisis, la verdadera crisis, es mirar a tu corazón y descubrir que está vacío, o ante una rosa, el atardecer de un verano, algunos libros, tu pareja o un amigo cerrar los ojos y darte la vuelta, abatido por el miedo a ese "sin futuro", como si alguna vez nosotros, ustedes o yo, lo hubiéramos tenido.

domingo, 3 de marzo de 2013

catálogo de dictadura perdurable

El regalo que nos hizo la edad avanzada del dictador nos hizo creer en el advenimiento definitivo de la victoria. Y sí, parece que vencimos, o al menos a eso señalaba la ampliación de las fronteras de lo posible. Bebimos hasta emborracharnos con palabras que encabezaban los fundamentos de una emancipación ya para siempre y olvidamos que la literatura no construye mundos, como mucho los presenta, como en un supermercado, y que es necesario el sudor de cada uno para levantarlos y, sobretodo, para mantenerlos, para afianzarlos ante los múltiples enemigos que odian el reflejo transfigurado de su propia insignificancia. 
Y es que ahora hemos descubierto que la dictadura no necesita un dictador; le basta con palabrería, alguna que otra comparsa e, imprescindible, con nosotros, todos nosotros.