miércoles, 30 de noviembre de 2011

sobre la cuádruple raíz de la voluntad y el margen

El margen como lugar que no se habita pero que, sin embargo, se ha convertido en el hogar de este escritor que sigue atascado más allá del cabo de hornos de su última novela. Me acompañan las palabras del viejo y rabioso Shopenhauer, "uno puede hacer lo que quiere, pero no puede querer lo que quiere". ¿No puedo querer lo que quiero? ¿Es mi querer primero la mascarada impuesta por un ente independiente y autónomo?
Les parecerá un juego de palabras para mentes ociosas, y lo es, ciertamente, y sirva, de soslayo, para elogiar el ocio y las mentes ociosas y los juegos de palabras que no sirven para nada: ahí radica su grandeza y se capta aquí, en el margen.

viernes, 25 de noviembre de 2011

elogio, y suspiro, de una democracia sin asnos

Cacarearon ya los encargados de la cosa pública, nos pasaron el sombrero y ahora cuentan y se reparten lo que hemos echado dentro, y lo hacen con el sentir del bandolero que ha robado una cartera, como si lo que hay allí dentro fuera un botín. Hemos convertido la democracia en un juego de tahúres que nosotros, los demócratas, observamos como asnos.
Nuestros son los tahúres y nuestras la perlas que se juegan. Nuestra es la cosa pública y nuestra, por lo tanto, es la política. Pero deberemos librarnos de tahúres y para ellos deberemos dejar de ser asnos, porque los tahúres son asnos que se han afiliado y han medrado en partidos que crearon y ahora gestionan asnos como tú o yo. Y es que, admitámoslo ya, sólo un demos desasnizado puede otorgarse una política honesta que haga de esta múltiple compañía algo decente: nuestro es el pecado y nuestra, nos lo merecemos, la penitencia.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Zaratustra en calzoncillos (y mudo)

A menudo me descubro colocando argumentos que desgranan una verdad. Y debatiendo con otros que también argumentan y defienden sus propios verdades. Y nos creemos filósofos ahondando y desbrozando las almas humanas, los vacíos. Y no tenemos a nadie que nos diga que el rey está desnudo, o que la cera es sólo la que arde, o que haríamos bien en no jugar a profundos siendo unos capullos. Alguien que nos diga que la verdad con la que se inicia un discurso es siempre mentira, o simplemente, por tautológica, no es verdad.
Pero, aún sabiendo esto, volveré a descubrirme monologando junto a monólogos afines en la simulación del gran diálogo, y nadie nos dirá: "¡Callad!", y luego: "¡Silencio!", y, después, finalmente, "¡Buscad, si queréis, pero no ceséis de buscar nunca, porque nunca encontraréis!".