lunes, 28 de mayo de 2012

la verdad con luna llena y con luna vacía

Dicen que Faulkner, cuando le presentaron a un antecedente de lo que después vino en llamarse un "corrector de estilo", lo miró y le dijo que estaría encantado de soltarle un puñado de dolares por sus consejos... cuando dejara de escribir. Según dicen, decía que en sus novelas estaba él y que él no era impoluto y preciso, sino denso y caótico, al menos el "él" en donde cavaban sus historias.
A mí ya no me gusta el nombre: "corrector de estilo", me suena a rejas, a Opus Dei, a uniformización, a cadenas. Conocí una vez a uno que estuvo a punto de matarme en cuanto le di la espalda.
Vale, acepto que no tengo "estilo" y que escribo para adquirirlo. Creo, injustificadamente, que cuando lo adquiera aprenderé algo sobre mí, aunque confieso que, más allá de juegos reflexivos y monólogos de luna ebria, no creo que haya nada que aprender de uno mismo. Bueno, sí, que se es mortal.  

viernes, 11 de mayo de 2012

no entre si sabe geometría (podría salir metafísico)

Es la segunda vez que me pasa. Es la segunda vez que la historia que estoy narrando se ve asaltada por otra y se detiene, a esperar que pase, es decir, a que la escriba. Hace unos años (¿cuatro, seis, ocho?) comencé a escribir "El club de los sicarios". Por causas que se me escapan (¿las hay?), otra historia la paró, y la mantuvo parada hasta que escribí esa otra historia. Ahora me ha vuelto a ocurrir. Hace un tiempo que vuelvo a narrar fuera de "El club de los sicarios", que vuelve a esperar. Sé (esas cosas se saben) que volveré cuando concluya lo que ahora estoy escribiendo.
Me sorprenden estos dos desvaríos con forma de novela mientras escribo una novela. En cierta manera, reproduce un absurdo. La ventaja del escritor ante el filósofo es que al primero este absurdo le llama la atención y punto, mientras que el segundo lo convierte en metafísica que ofrece al mundo en jerga trufada de papanatismo, perdón, de academicismo.  

miércoles, 2 de mayo de 2012

descerdarse con dosis premeditadas

Uno de los nuestros dijo alguna vez que no podía vivir sin su dosis diaria de buena literatura. Yo sí. Tengo una naturaleza ausente y desganada, que me llevaría felizmente a pacer bajo un árbol, como un cerdo al que se engorda con fines altruistas. Afortunadamente, no soy esclavo de mi naturaleza. Si me hubiera dejado ir, la literatura sería para mí algo que está dentro de los libros, un tesoro que no se quiere encontrar porque es un falso tesoro, cosas de seres desapasionados, sosos y aburridos. Pero me rebelé y me rebelo a cada instante, y  para mí un fiestón es pasar un par de horas con Faulkner, por ejemplo. Y con él, y con otros como él, mato cada día al cerdo que quiere pacer dentro mío.
Sí, podría vivir sin dosis diaria de buena literatura, pero no quiero.