Amamos las cadenas que nos ligan, aunque gritamos que hay que romperlas. Somos así, una especie que se caga de miedo ante el primer atisbo de perturbación.
Y sí, es realmente vergonzoso saber que nos hemos dejado seducir por tan poca cosa, nosotros, que venimos del hambre y del dolor, nosotros, que tenemos manos que pintan y que aran y que escriben y que cavan y que son capaces de percibir la sutil fragilidad del seno en la mujer amada y el tenue calor del padre en su final. Pero volvieron a engañarnos... esta vez definitivamente.
jueves, 16 de octubre de 2008
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