martes, 15 de junio de 2010

ética

Ser eterno y ser mortal, el punto de partida de la contradicción en la que nos convertimos cuando nos echan a rodar bajo el cielo que nos cubre. No nos place, sin embargo, ser eternos y ansiamos la inmortalidad, despreciando la efimeridad que nos define y que nos forma. No nos basta con nuestro momento de lucidez y a menudo lo cubrimos con anhelos variopintos que deslucen y ofuscan la libertad de estar vivo.
Yo, desde ahora, me concedo el derecho a oír el canto de las sirenas ligado al mástil de mis propias carencias y el deber de no acudir nunca a compartir su danza. Las oigo, sí, porque es bello su canto; las desprecio, sí, por... por imperativo categórico.

2 comentarios:

José L. Solé dijo...

La inmortalidad, supongo yo, hay que ganársela por medio de los actos que definen esa libertad individual de estar vivo de la que tu hablas, y de la que todos disponemos. Aún así el escrutinio, entre los votos afirmartivos de nuestros coetáneos, a veces es caprichoso y la concede a quién no la merece.
La moral de las sirenas siempre puede acompañar, en transito hacia el maldito desconocimiento, supongo yo también...

Saludos.-

Anónimo dijo...

siempre es bello el canto de las sirenas, y es nuestro deber intentar compartir su danza,y no desprecies por imperativo categorico, aquello que te concedas por derecho...

yo mismo